jueves, 23 de julio de 2015

El beso erótico, ¿Tal vez una rareza antropológica?

La muerte y la doncella



La biología nos avisa que en el beso “francés” o erótico se intercambian unos 100 millones de bacterias por cada milímetro de saliva, cantidad infructuosa de apreciar que no disuade a ningún enamorado, incluyendo a las biólogas.

Pese a ello, sabemos que la OMS jamás recomendó prudencia alguna ante el osculum lingua global, sobre todo para aquellos adolescentes enamorados tan afectos a obsequiarse babas mientras sufren de la afilada saeta de cupido.

No piensen que la antropología va arrojar demasiadas luces al respecto, pero existe la sospecha y alguna certeza que diversos pueblos de la tierra no lo practicaron, es decir fue desconocido entre los “primitivos”, inclusive entre civilizaciones más avanzadas como Japón y China, donde no fue invitado al lecho amatorio. Solo se consolidó pocos siglos antes de nuestra era con el Taoísmo; como beso de lengua en que la amada aún virgen tiene su primer –orgasmo conyugal- en ese momento el hombre debía besarla profundamente para aspirar el aire de sus pulmones y absorber la energía vital. –Imaginarme esta escena un tanto vampírica me resulta inquietante-.

Mallanaga Vatsyayana; padre (aclaro que no madre) del Kama Sutra, libro sagrado que ha sido alterado, reducido y vulgarizado en occidente por un comic de posturas sexuales, entrevé distintos tipo de besos eróticos como antesala del coito, hasta aquí es lo que hemos podido rastrear.

El ancestro más antiguo del beso erótico lo descubrimos en los olisqueos, frotamientos de mejillas y nariz, los arañazos y rasguños, los mordiscos en labios y en otras zonas del cuerpo, los tirones de pelo. -Cuando ella rasguña mi espalda es que está muy enamorada- dice orgulloso un joven habitante de las Islas Trobriand, conviene recordar que dichas ceremonias eróticas fueron prohibidas por los misioneros europeos llegados en el Dieciocho al archipiélago.

Todos estos preludios fueron bastantes anteriores al beso adoptado y difundido por occidente, que posteriormente colonizaría casi todo el globo.

Numerosos trabajos de campo de nuestra querida/odiada Antropología dan buena cuenta de ello, tal vez sugiero como la menos indigesta de las monografías para el lector inquieto,la del polaco Bronisław Malinowski de los pobladores de las Islas Trobriand,archipiélago en Papúa Nueva Guinea.

A modo de ejemplo, cito este breve relato que apunta y tal vez confirma la ausencia de besos húmedos entre los Papúas:

”Estaban allí unas cuarenta parejas que en la oscuridad de la estancia, iluminada solamente por una fogata, se frotaban continuamente las narices y cada compañero aspiraba el olor del otro. Poco a poco aquella gente fue cayendo en una especie de éxtasis en el que no oían ni veían nada. Todos los ojos estaban cerrados y gotas de sudor relucían al resplandor de la lumbre. Esto duró unos cinco minutos. Luego un hombre-probablemente el que primero volvió en sí-profirió un grito y todos los demás se acercaron de nuevo a la compañera más próxima para volver a empezar el juego. De vez en cuando algunas parejas se separaban del gran grupo para desaparecer en la oscuridad, pero también ellas volvían al cabo de cierto tiempo para dedicarse nuevamente al mismo juego erótico”.

Sin lugar a dudas estas imágenes evocan más verdad que el artificial y baldío récord de una pareja Tailandesa que estableció “el beso más largo de la historia”: 46 horas 24 minutos y 9 segundos en un San Valentín de 2011; registrado en el guinness de la estupidez humana y que merece lindar con el olvido.

Volviendo nuevamente a las misceláneas antropológicas; estas nos advierten en diversos testimonios de campo, que perciben el beso de los blancos, como una diversión insípida y absurda.

El cual nos devuelve a un interesante hallazgo antropológico en el comportamiento sexual de los pueblos naturales; que el beso es menos común que las manipulaciones oral y manual de los genitales.

Sin menoscabo de la romanticidad que representa el beso en su vertiente pasional, nuestra disciplina muestra como otros pueblos y grupos étnicos han descubierto diferentes juegos amorosos para despertar la voluptuosidad hasta llegar a la unión propiamente dicha, conviene señalar que estos preámbulos ocupaban mucho más tiempo que el beso casi desconocido y poco frecuente.

Sin embargo, ahí estará siempre Gustav Klimt para advertirnos con su "beso en flor" – Que a mi me parece más un tierno y amoroso abrazo-. O los marmóreos Paolo y Francesca cincelados por las manos de Rodin.

En la Hispania o tierra de conejos, como la nombraban los antiguos fenicios, no se recuerda ninguna representación artística del beso merecedora de ser comentada, si exceptuamos la estrofa del laudo coplero en el pasodoble de Adrián Ortega y Fernando Moraleda:

La española cuando besa, olé!
Es que besa de verdad
Y a ninguna le interesa
Besar por frivolidad.

Es preciso recordar que el 13 de abril se estableció el día internacional del beso, posiblemente como pugna comercial o tal vez complementaria al día de los enamorados – efemérides de gran ternura para las grandes superficies comerciales-.

De un modo casi análogo, nació la Filematología; ciencia que estudia el beso y las reacciones que provocan en el cuerpo, constato que en estos trascendentales menesteres andan algunos antropólogos de Texas-USA, al que les auguro grandes éxitos incluso superiores a la extracción petrolera en esas tierras.

Invoco para finalizar la imagen que nos sugiere J.L. Borges:

La Odisea refiere que las sirenas atraían y perdían a los navegantes y que Ulises, para oír su canto y no perecer, tapó con cera los oídos de sus remeros y ordenó que le sujetaran al mástil. Para tentarlo, las brujas del mar como las apodaba Jasón prometían el conocimiento de todas las cosas del mundo: “nadie ha pasado por aquí en su negro bajel, sin haber escuchado de nuestra boca la voz dulce como el panal y haberse regocijado con ella, y haber proseguido mas sabio”. Nadie había podido acceder a las bocas imbesadas de las sirenas.

martes, 23 de junio de 2015

El Pezón vs. La Teta Bis

Venus y Cupido


En el escrito anterior abordábamos el secuestro del pezón en el ámbito público como, “sometido a un sujetador mental suspendido entre nuestros ojos”, dicho en palabras de ese magnifico escritor: Ítalo Calvino. A propósito de ello, y como ejemplo y expresión de nuestras propias contradicciones, las masculinas, viene a cuento el cuento de este autor con el que finalizo este capitulo.

Apuntábamos como el pecho femenino con o sin pezón, ya no era de la mujer, que incluso fue desplazado de la función simbólica de nutrir, entonces solo le quedaba la esfera del consumo, de una especie “mercancía expuesta”, con la finalidad de obtener la belleza ideal y a mi juicio, vano exorcismo contra el envejecimiento y la muerte.
La belleza es efímera en tanto y cuanto es prisionera del cuerpo humano, destinada como augurara un verso de un poeta.-... A la irremediable muerte, la lógica caída a la ceniza, el viraje al gusano-.

La única excepción a esta metáfora poética la encontramos en el arte; basta observar arriba la composición del renacentista alemán; Lucas Cranach el joven, captando a Venus y Cupido eternamente adolescente e infantil, pero sobre todo, verificando que no necesitan rejuvenecer, son siempre iguales, los suaves y armoniosos pechos de venus, idealizados por el pintor, jamás cambiaran.

Tal vez sea entre otras cosas, como sostiene el zoólogo británico Desmond Morris -que la evolución inventó unos pechos bien desarrollados para favorecer la comunicación sexual humana-.

Para la mayoría de los hombres, entre los que me encuentro, la representación fascinadora erótica y de los pechos femeninos, resulta evidente, desafío a cualquiera de mis amigos, que se siente frente a frente a charlar con una mujer escotada,de relieve topográfico según su gusto, y solo la mire a los ojos todo el rato sin desviar ni por un momento la mirada, creo que la consecuencia sería una visita de urgencia al oftalmologo.

No obstante, esta regla no es universal, pongo como ejemplo a las culturas africanas en donde se da más valor erótico a las nalgas, muslos y estomago de las mujeres que a los pechos. La diversidad cultural de los pueblos pese a la globalización se resiste como tantas veces a uniformar. Antes de finalizar, sería deseable por mi parte, recibir que me hagan enfoques femeninos sobre lo aquí expuesto, ya que son las únicas y legítimas propietarias del relato.

El seno desnudo
El señor Palomar camina por una playa solitaria. Encuentra unos pocos bañistas. Una joven tendida en la arena toma el sol con el pecho descubierto. Palomar, hombre discreto, vuelve la mirada hacía el horizonte marino .Sabe que en circunstancias análogas, al acercarse un desconocido, las mujeres se apresuran a cubrirse, y eso no le parece bien: porque es molesto para la bañista que tomaba el sol tranquila; porque el hombre que pasa se siente inoportuno; porque el tabú de la desnudez queda implícitamente confirmado; porque las convenciones respetadas a medias propagan la inseguridad e incoherencia en el comportamiento, en vez de libertad y franqueza. Por eso, apenas ve perfilarse desde lejos la nube rosa-bronceado de un torso desnudo de mujer, se apresura a orientar la cabeza de modo que la trayectoria de la mirada quede suspendida en el vació y garantice su cortés respeto por la frontera invisible que circunda las personas. Pero -piensa mientras sigue andando y, apenas el horizonte se despeja, recuperando el libre movimiento del globo ocular- yo, al proceder así, manifiesto una negativa a ver, es decir, termino también por reforzar la convención que considera ilícita la vista de los senos, o sea, que intuyo una especie de corpiño mental suspendido entre mis ojos y ese pecho que, por el vislumbre que de él me ha llegado desde los límites de mi campo visual, me parece fresco y agradable de ver. En una palabra, mi no mirar presupones que estoy pensando en esa desnudez que me preocupa; ésta sigue siendo en el fondo una actitud indiscreta y retrógrada.

De regreso, Palomar vuelve a pasar delante de la bañista, y esta vez mantiene la mirada fija adelante, de modo de rozar con ecuánime uniformidad la espuma de las olas que se retraen, los cascos de las barcas varadas, la toalla extendida en la arena, la henchida luna de piel más clara con el halo moreno del pezón, el perfil de la costa en la calina, gris contra el cielo. Sí -reflexiona, satisfecho de sí mismo, prosiguiendo el camino-, he conseguido que los senos quedaran absorbidos completamente por el paisaje, y que mi mirada no pesara más que la mirada de una gaviota o de una merluza. ¿Pero será justo proceder así? -sigue reflexionado-. ¿No es aplastar la persona humana al nivel de las cosas, considerarla un objeto, y lo que es peor, considerar objeto aquello que en la persona es específico del sexo femenino? ¿No estoy, quizás, perpetuando la vieja costumbre de la supremacía masculina, encallecida con los años en insolencia rutinaria? Gira y vuelve sobre sus pasos: Ahora, al deslizar su mirada por la playa con objetividad imparcial, hace de modo que, apenas el pecho de la mujer entra en su campo visual, se note una discontinuidad, una desviación, casi un brinco. La mirada avanza hasta rozar la piel tensa, se retrae, como apreciando con un leve sobresalto la diversa consistencia de la visión y el valor especial que adquiere, y por un momento se mantiene en mitad del aire, describiendo una curva que acompaña el relieve de los senos desde cierta distancia, elusiva, pero también protectora, para reanudar después su curso como si no hubiera pasado nada. Creo que así mi posición resulta bastante clara -piensa Palomar-, sin malentendidos posibles. ¿Pero este sobrevolar de la mirada no podría al fin de cuentas entenderse como una actitud de superioridad, una depreciación de lo que los senos son y significan, un ponerlos en cierto modo aparte, al margen o entre paréntesis? Resulta que ahora vuelvo a relegar los senos a la penumbra donde los han mantenido siglos de pudibundez sexo maníaca y de concupiscencia como pecado...

Tal interpretación va contara las mejores intenciones de Palomar que, pese a pertenecer a la generación madura para cual la desnudez del pecho femenino iba asociada a la idea de intimidad amorosa, acoge sin embargo favorablemente este cambio en las costumbres, sea por lo que ello significa como reflejo de una mentalidad más abierta de la sociedad, sea porque esa visión en particular le resulta agradable. Este estimulo desinteresado es lo que desearía llegar a expresar con su mirada. Da media vuelta. Con paso resuelto avanza una vez más hacia la mujer tendida al sol. Ahora su mirada, rozando volublemente el paisaje, se detendrá en los senos con cuidado especial, pero se apresurará a integrarlos en un impulso de benevolencia y de gratitud por todo, por el sol y el cielo, por los pinos encorvados y la duna y la arena y los escollos y las nubes y las algas, por el cosmos que gira entorno a esas cumbres nimbadas. esto tendría que bastar para tranquilizar definitivamente a la bañista solitaria y para despejar el terreno de inferencias desviantes. Pero apenas vuelve a acercarse, ella se incorpora de golpe, se cubre, resopla, se aleja encogiéndose de hombros con fastidio como si huyese de la insistencia molesta de un sátiro. El peso muerto de una tradición de prejuicios impide apreciar en su justo mérito las intenciones más esclarecidas, concluye amargamente Palomar.

El Pezón vs.La Teta

Kamasutra
Como antropólogo tuve la curiosidad de incursionar superficialmente sobre el sexo, el mito y la simbología entre los distintos pueblos de la tierra, tal es así que hace un tiempo me propuse comenzar una serie de reflexiones al respecto.
Resulta fascinante  el comportamiento sexual de los pueblos, tanto en las sociedades no occidentales como en la nuestra, por ello, con una dosis de atrevimiento, quiero empezar por  “El pezón vs. La Teta”, aclarando que la disquisición que sigue tiene un sesgo masculino, no por ello pretendo la indulgencia de quienes se tomen la molestia de leer lo que sigue:
Para la mayoría de los hombres los senos femeninos ejercen una irresistible atracción, casi me atrevería a decir atávica y como indicador sexual, coincidiendo tanto biólogos como antropólogos en que su forma redondeada va más allá de la función de lactancia.

Si hasta acá estamos de acuerdo amigo leedor, permítanme alejarme algo de lo biológico para entrar en lo simbólico de la sociedad occidental globalizada.

La afirmación, del pezón como contraposición de la teta, es fruto de una afirmación arbitraria aunque también producto de eso que los antropólogos de manera rimbombante denominamos como la “observación participante”, que nos es más que ser fisgones en nuestro alrededor; tomo como punto de partida los patrones occidentales de belleza en el cual las tetas pueden ser mostradas, incluso insinuadas a condición de secuestrar el pezón. La industria de la publicidad que actúa como motor económico del consumo, sentencia que el pezón es obsceno y moralmente reprochable, por lo tanto ocultable; a excepción que sea rentable económicamente y, si es inducido hacia el consumo y el universo masculino, previo paso a sexualizar y cosificar la desnudez del cuerpo de la mujer.

En esta exaltación sexista y planetaria  prevalecen los escotes generosos, el tamaño y forma en función al modelo de belleza actual, que como todos sabemos varían según la época, en donde el pezón es relegado  al ámbito de lo privado o a la exposición del topless veraniego y finalmente a la industria pornográfica.

Otro hecho que llama la atención al respecto, es  el  estereotipo sugerido y adquirido por la mujer occidental que se articula con la obtención de una belleza ideal, en donde los senos tienen que ajustarse a la "demanda masculina·, moldeada por la publicidad de las actrices famosas en cualquier entrega de premios. Cuando no sucede de esta manera, surge el terrible drama de Catalina Santana, personaje creado por el escritor colombiano Gustavo Bolívar en “Sin tetas no hay paraíso”, en que narra como esta joven de 14 años, no es aceptada dentro de su entorno cercano al narcotráfico por el tamaño pequeño de sus tetas.

Más allá de la multinacional del bisturí que sería merecedora de un análisis separado por la potente carga simbólica y la cantidad de millones de dólares y euros que mueve, deseo volver al concepto de disociar el pecho femenino entre su redondez más o menos voluptuosa, de su  pezón como imagen erótica, el cual es menester no  exhibirlo casi nunca públicamente, es decir debe aparecer siempre ocultado, incluso hasta cuando cumple la función de lactar.

Puede que esta tendencia restrictiva, especie de tabú  visual, haya que rastrearla en  la moralidad occidental y cristiana.

Históricamente dicha disociación jamás ha sucedido, empezando por las diosas paleolíticas y neolíticas donde  prevalecen  los frondosos  pechos y  la región pélvica. Tampoco el Egipto de la diosa madre Isis amamantando a Horus que precede en el tiempo a María lactans de los cristianos. Se podrá objetar que estos son caso aislados referidos  a la crianza, efectivamente. Sin embargo la diosa Hera de los griegos y romanos (Juno) se nos representan junto a las venus y afroditas  como arquetipos de belleza canónicas de la época sin ocultar el pezón.

Pasa lo mismo con las equivalentes anteriores de la Diosa Etrusca Turan, pero quizás la que mejor ejemplifica es la fenicia Astarté con múltiples pechos, junto a  la Artemisa de Éfeso, solo superada por la prolifera  diosa lunar mexicana Mayahuel de 400 tetas.

No son excepciones,  el pecho femenino emergió integro en otras culturas alejadas entre si, desde imágenes de los templos de la India, pasando por el África Negra, hasta los pueblos originarios de la Amazonia.

Sin embargo es pertinente la afirmación que nos hace Dominique Gros, doctor especialista en mamas de Estrasburgo: “los senos no están en realidad en el tórax de la mujer, sino en el cerebro del hombre, y si así sucede, no me cabe duda, que la propietaria ya no es la mujer, este se convirtió en una especie de fetiche sexual, una “cosa”, como su cuerpo, expuestos a la lógica del consumo  y del mercado.

El debate sigue abierto con la irrupción última como protesta trasgresora del “Free The Nipple”, -Liberen el pezón- en USA o el movimiento de origen ucraniano “Femen”, que se extiende hacia otros países de Europa.