Kamasutra |
Como antropólogo tuve la curiosidad de incursionar superficialmente sobre
el sexo, el mito y la simbología entre los distintos pueblos de la tierra, tal
es así que hace un tiempo me propuse comenzar una serie de reflexiones al
respecto.
Resulta fascinante el comportamiento sexual de los pueblos, tanto en
las sociedades no occidentales como en la nuestra, por ello, con una dosis de
atrevimiento, quiero empezar por “El pezón vs. La Teta”, aclarando que la
disquisición que sigue tiene un sesgo masculino, no por ello pretendo
la indulgencia de quienes se tomen la molestia de leer lo que sigue:
Para la mayoría de los hombres los senos femeninos ejercen una irresistible
atracción, casi me atrevería a decir atávica y como indicador sexual,
coincidiendo tanto biólogos como antropólogos en que su forma redondeada va más
allá de la función de lactancia.
Si hasta acá estamos de acuerdo amigo leedor, permítanme alejarme algo de
lo biológico para entrar en lo simbólico de la sociedad occidental globalizada.
La afirmación, del pezón como contraposición de la teta, es
fruto de una afirmación arbitraria aunque también producto de eso que los
antropólogos de manera rimbombante denominamos como la “observación
participante”, que nos es más que ser fisgones en nuestro alrededor; tomo
como punto de partida los patrones occidentales de belleza en el cual las tetas
pueden ser mostradas, incluso insinuadas a condición de secuestrar el pezón.
La industria de la publicidad que actúa como motor económico del consumo, sentencia
que el pezón es obsceno y moralmente reprochable, por lo tanto
ocultable; a excepción que sea rentable económicamente y, si es inducido hacia el
consumo y el universo masculino, previo paso a sexualizar y cosificar la
desnudez del cuerpo de la mujer.
En esta exaltación sexista y planetaria prevalecen los escotes
generosos, el tamaño y forma en función al modelo de belleza actual, que como
todos sabemos varían según la época, en donde el pezón es relegado al
ámbito de lo privado o a la exposición del topless veraniego y finalmente a la
industria pornográfica.
Otro hecho que llama la atención al respecto, es el estereotipo
sugerido y adquirido por la mujer occidental que se articula con la obtención
de una belleza ideal, en donde los senos tienen que ajustarse a la "demanda
masculina·, moldeada por la publicidad de las actrices famosas en cualquier
entrega de premios. Cuando no sucede de esta manera, surge el terrible drama de
Catalina Santana, personaje creado por el escritor colombiano Gustavo
Bolívar en “Sin tetas no hay paraíso”, en que narra como esta
joven de 14 años, no es aceptada dentro de su entorno cercano al narcotráfico
por el tamaño pequeño de sus tetas.
Más allá de la multinacional del bisturí que sería
merecedora de un análisis separado por la potente carga simbólica y la cantidad
de millones de dólares y euros que mueve, deseo volver al concepto de disociar el
pecho femenino entre su redondez más o menos voluptuosa, de su pezón como
imagen erótica, el cual es menester no exhibirlo casi nunca públicamente,
es decir debe aparecer siempre ocultado, incluso hasta cuando cumple la función
de lactar.
Puede que esta tendencia restrictiva, especie de tabú visual, haya que
rastrearla en la moralidad occidental y cristiana.
Históricamente dicha disociación jamás ha sucedido, empezando por las diosas
paleolíticas y neolíticas donde prevalecen los frondosos
pechos y la región pélvica. Tampoco el Egipto de la diosa madre Isis amamantando
a Horus que precede en el tiempo a María lactans de los
cristianos. Se podrá objetar que estos son caso aislados
referidos a la crianza, efectivamente. Sin embargo la diosa Hera de
los griegos y romanos (Juno) se nos representan junto a las venus y
afroditas como arquetipos de belleza canónicas de la época sin ocultar el
pezón.
Pasa lo mismo con las equivalentes anteriores de la Diosa Etrusca Turan,
pero quizás la que mejor ejemplifica es la fenicia Astarté con
múltiples pechos, junto a la Artemisa de Éfeso, solo
superada por la prolifera diosa lunar mexicana Mayahuel de
400 tetas.
No son excepciones, el pecho femenino emergió integro en otras
culturas alejadas entre si, desde imágenes de los templos de la India, pasando
por el África Negra, hasta los pueblos originarios de la Amazonia.
Sin embargo es pertinente la afirmación que nos hace Dominique Gros, doctor
especialista en mamas de Estrasburgo: “los senos no están en realidad en el
tórax de la mujer, sino en el cerebro del hombre, y si así sucede, no
me cabe duda, que la propietaria ya no es la mujer, este se convirtió en una
especie de fetiche sexual, una “cosa”, como su cuerpo, expuestos a la lógica
del consumo y del mercado.
El debate sigue abierto con la irrupción última como protesta trasgresora
del “Free The Nipple”, -Liberen el pezón- en USA o el movimiento de origen
ucraniano “Femen”, que se extiende hacia otros países de Europa.
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